JOSÉ SEGRELLES


scanner y colección Thabeat Valera

Mi padre, Pedro Valera, dibujante y pintor, fue un niño de posguerra, de esa posguerra española que parece haber sido a pesar de todo una fuente de sensibilización y motivaciones. Pero creo que en 1964 se produjo en su vida un cambio total, en el aspecto ilustrativo, al conocer a José Segrelles, el gran maestro valenciano de la ilustración. Segrelles (no confundirse con el hijo que aparecía en Cimoc, Vicente Segrelles) tenía ya en aquel momento 75 años, pero sus charlas con él y sus consejos fueron algo definitivo. Lo transformaron todo. Él le ayudó a comprender lo importante que es crear. Para él -Segrelles-, todo lo demás era secundario: prestigio, dinero, nombre.



Pretender conocer personalmente los originales de José Segrelles, toma todas las cualidades de una peregrinación, desde aquel primer encuentro con sus obras reproducidas, décadas atrás. Antes de acabar sus estudios en la Lonja de Barcelona, José Segrelles estudió Bellas Artes en la escuela de San Carlos de Valencia, donde fue alumno de Joaquín Sorolla quien por aquella época coincidía al alba con Blasco Ibáñez. Juntos frente a la mar Mediterránea crearían esas obras que los consagraría universalmente, ambos retratando en poético impresionismo y crudo realismo, sirviéndose del mismo modelo.



José Segrelles comenzó su carrera como ilustrador, residiendo en Barcelona en el año 1910, con unos dibujos editados por Ramón Molina sobre el combate del Jiujitsu. Muy pronto se le descubrió como excelente ilustrador y la editorial Araluce, le contrató para ilustrar la colección de Obras de la Literatura Universal adaptada para los niños. Durante la primera Guerra Mundial, el novelista Vicente Blasco Ibáñez, se exilió nuevamente. Residiendo en París, participó con los aliados, defensores de la democracia. El novelista decía que siempre había sentido con desmesurada pasión, aquellas conspiraciones novelescas que le arrebataban el ánimo. Quedando España al margen de esta contienda mundial, fue Barcelona por su condición de ciudad abierta, lugar elegido por muchos exiliados para residir. Segrelles que se encontraba en esta Capital, continuaba pintando, comenzando en el año 1914 la ilustración de unas novelas que Salvat editaba mensualmente, conocidas como Hojas Selectas. Junto a su trabajo como ilustrador, Segrelles procuró exponer anualmente haciéndolo habitualmente en la Galería Fayans Català y Galería Layetana, ambas de Barcelona.



Pasada la Guerra Mundial, el novelista Blasco Ibáñez, siendo galardonado por el Gobierno Francés con la Legión de Honor, viajó a Estados Unidos donde contando con la fama como autor de Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad J. Washington. A partir de ahí, Blasco Ibáñez se dedicó a dar la vuelta al mundo saboreando su apoteósico triunfo, siendo continuamente requerido por editoriales y productoras cinematográficas. Durante una de sus estancias en Barcelona, coincidió con una exposición de Segrelles, aprovechando el artista para invitarlo. En uno de los diarios de La Vanguardia del año 1921 leemos: "Si como pintor Segrelles es un estudioso devoto y un discreto retratista, como ilustrador es sencillamente formidable".



En el interesante y completo trabajo escrito por Vicente Gurrea Crespo, biógrafo y amigo personal de J. Segrelles, leemos en el libro editado por Mari Montañana de Valencia: La exposición en la Galería Layetana el abril de 1921 registró un insospechado número de visitantes entre los que destacaban el Gobernador Civil de Barcelona y también el novelista Vicente Blasco Ibáñez, extremo este último, resaltado por la prensa. Aunque la verdad es que la asistencia de Blasco la provocó uno de esos extraños amagos de atrevimiento que se dieron de tarde en tarde en la conducta de Segrelles. El novelista era un autor conocidisimo y su nombre le imponía una mezcla de respeto y de intenso deseo de aproximarse a él. Sabiendo que se hospedaba en un hotel próximo a la Galería, en días previos, le invitó por carta personal adjuntando el catálogo. El mismo día veintitrés, horas antes de la apertura, armándose de valor, se presentó en el hotel. Se hizo anunciar. El escritor al saber que se trataba de un paisano joven, lo recibió, en la intimidad conversando con familiaridad por parte de Blasco, que se comportó con franqueza y exuberancia. Le garantizó su asistencia al acto de la inauguración. Harían patria valenciana. Efectivamente, una hora más tarde, la personalidad del novelista avalaba el interés de la exposición. Con esto iniciaron unas amistosas relaciones profesionales que debían durar hasta la muerte de Blasco Ibáñez siete años más tarde. Blasco Ibáñez se preparaba entonces por medio de su editorial Prometeo para imprimir una edición monumental de sus obras. Para ilustrarlas había pensado en artistas valencianos tan calificados como Mongrell, J. Benlliure, Pascual Capuz, García Falgas, Ricardo Verde y otros. Pero los precios de Segrelles no eran elevados y sí su talento. Satisfecho, ilusionado por lo que acababa de ver, sin más titubeos le encargó ciento veinte ilustraciones para sus novelas, Flor de Mayo, La Catedral, EL Intruso, y, Los Muertes Mandan, que iniciaría el año 1.922 una vez finalizadas las ilustraciones de D. Quijote encargado en el año 1918 por el editorial Gallach.



José Segrelles, auténtico maestro a la hora de idealizar, captó como nadie, el amplio abanico de tipos humanos que Blasco Ibáñez refleja en sus novelas. Igual que años antes, para ilustrar D. Quijote, se trasladó al Toboso, haciendo infinidad de apuntes de iglesias, molinos, jarras, establos, calles y de algún tipo manchego; o cuando hubo de ilustrar la vida de San José de Calasanz revolvió todo el noviciado de Moya, mientras se hospedó en una de las celdas, para según él, sentirse calasancio en aquel internado silencioso, tranquilo, circunvalado del ambiente profusamente adecuado, tomando apuntes de cuantos frailes jóvenes y mayores pudo. De la misma manera decíamos, que para ilustrar las novelas de Blasco Ibáñez, se trasladó allá donde estas estaban situadas, Valencia para Flor de Mayo. El Norte para el Intruso, Toledo para la Catedral e Ibiza para los Muertes Mandan, observando los hombres y mujeres del lugar, en su ambiente; estudiando sus vidas a través de sus caras, de cada arruga de cada labio, las ganas de reir, la forma de hablar y hasta incluso la de mirar. Por eso cuando conocemos alguna de estas ilustraciones, casi podemos leer: “Toda la pillería del Cabañal, estaba allí, ronca, desgreñada, increpando los vecinos con gritón canto: Armeles, confits... El Señor Mariano sonreía omnipotente desde la cubierta, verían lo que es bueno. Una onza de oro se había gastado para quedar bien con su sobrino. Y se agachó metiendo las manos en las cestas que tenía a sus pies. Allá va!!! y el primer metrallazo de confites duros como balas, cayó sobre la vociferante chusma, que se revolcaba en la arena, disputándose las almendras y los canelados, al aire los cochambrosos faldones, o mostrando por los rotos pantalones sus carnes rojizas y costrosas de pillos de playa..."



Pero además, Segrelles, como mago de la acuarela, ante lo humano, pintó no solo el cuerpo, sino el ánima y aunque las figuras dibujadas, estén de espalda, se palpa el estado de ánimo de los personajes. Prueba de lo dicho, se ve entre otros, en la acuarela titulada: La Inquisición, en la que se ven los inquisidores acechados a la barandilla del claustro, presenciando impávidos, el fuego que consume a las víctimas, mientras sus manos desgranan un rosario. "Nunca mayor altanería, indiferencia y soberbia ante el dolor; nunca mayor convencimiento que se obra rectamente, porque se murmura un rogativa..."



La Catedral, era de las novelas de Blasco Ibáñez, su preferida. Decía Segrelles: "Desde que inicié relación con él, tomé más interés al ilustrar libros..." El año 1923, se implantó la dictadura de Primo de Rivera, por lo cual, Blasco Ibáñez se exilió definitivamente de España, muriendo en enero de 1928 en Mentón en la costa Mediterránea francesa, donde hasta última hora mantuvo contacto con J. Segrelles, quien le mostraba puntualmente sus trabajos: según podemos comprobar a través de la correspondencia, archivada en la Casa-Museu de José Segrelles en Albaida, así como de los telegramas que anunciaban a Segrelles sus fugaces estancias en Valencia, Barcelona o Madrid.



Sin llegar a publicar la anteriormente mencionada edición monumental de las novelas, quedaron depositadas las ilustraciones originales en el fondo de la editorial Prometeo hasta que en el año 1942, los herederos del novelista le ofrecieron a Segrelles la posibilidad de adquirirlos. Siendo inéditos, le sirvieron como presentación de Segrelles, para participar en la muestra colectiva de Pintores Valencianos en el Palacio del Retiro. Madrid descubrió a Segrelles, de El Grupo Prensa Gráfica de Madrid, le encargó que ilustrara algunos relatos de sus revistas: Nuevo Mundo Mágico, La Esfera, Novela Semanal y Elegancias; a esta solicitud se sumaron pronto Prensa Española junto a ABC que contaba entre sus publicaciones con Blanco y Negro. El pintor Ricardo Marín, manifestaba el año 1926 en el Diluvio de Barcelona: "El gran dominio del dibujo, le permite infinidad de veces con solo dos colores, modelar y dar sensación de ambiente".



La universalidad artística de José Segrelles, empezó a tomar forma en los años veinte del siglo pasado, con la publicación de sus propuestas ilustrativas en revistas y periódicos españoles, americanos, ingleses y franceses, La Esfera, Blanco y Negro, The Illustrated London News, The Skets, Cosmopolitan, Reedbook, Fortune, The American Weekly, The New York Times, entre otras, culminando todo este propósito con su residencia en Nueva York desde 1929 hasta 1934 trabajando sobre todo como creativo publicitario para Ford, Lincoln o Packard con el colofón de su exposición en el Roerich Museum de Nueva York.